viernes, 25 de julio de 2008

Esclavitud en el siglo XXI ¿Es posible?




Si me remonto a unos meses atrás cuando el profesor de la cátedra de Economía política estaba dando su clase sobre la plusvalía planteada por Karl Marx, los mecanismos de acumulación originaria, y la lectura del libro de “Lo que son los yerbales” de Rafael Barret, diría (en aquel entonces) que toda forma de explotación humana y de sistema de esclavitud, quedaron ya en los siglos pasados.
Durante siglos estas tierras (Misiones, Paraguay, Brasil) fueron una fuente inagotable de recursos naturales tales como la yerba mate y la extracción de maderas.
Para la extracción de las mismas se utilizaba la mano de obra esclava, en un principio de los pocos aborígenes que habían quedado de las antiguas reducciones, posteriormente de los nativos y más adelante de personas que provenían de los territorios vecinos.
El modus operandi[1] de los jefes de comitiva, para extraer la yerba mate era más o menos así: la mano de obra esclava era conseguida por medio del contrato previo, el reclutamiento, las razzias, y las cacerías.
La primera de ellas se basaba en un contrato firmado ante un juez. Donde constaba que al peón se le anticipaba “X” cantidad de dinero y que la devolución a su patrón sería realizada por medio de su fuerza de trabajo. Una vez en la selva, el peón quedaba prisionero los quince o veinte años que era útil para el trabajo, y aunque se reventara trabajando siempre era deudor de su patrón.
La segunda de ellas, el reclutamiento, se trataba de anuncios que realizaban en los pueblos para seleccionar gente a cambio de un refugio en los yerbales.
Si el empresario tenía buenas relaciones con las altas autoridades del país, disponía de la fuerza pública para organizar razzias que arreaban a los que querían ir, y a los que huían o no querían ir, se organizaban cacerías.
Estas cuatro maneras de arrear peones a los yerbales se basaban en la corrupción, la mentira, el engaño, brutalidad y en un salario ilusorio. Puesto que el peón no percibía su remuneración en dinero, sino en mercaderías (referida a la comida y vestimenta).
Y como si todo esto fuera poco, existía una diferencia entre el “salario ilusorio” que recibía el peón y el valor del producto que producía, en palabras de Karl Marx “la plusvalía”. Ya que el precio de costo de la arroba producida por el peón era de 2$ y las empresas lo vendían a 30$.
Esta diferencia también se hacía presente en las mercaderías que adquiría la empresa (generalmente de contrabando, en mal estado, de pésima calidad) y al precio que se la vendía y/o descontaba del salario del peón. Ya que los precios eran exorbitantes, y es por esto que el peón quedaba sujeto a una deuda de por vida con su patrón.
Durante muchos años, en Paraguay, la firma capitalista “La Industrial”, quien ofrecía la tan conocida yerba mate “Pajarito”, desarrolló su actividad en base al sistema de la esclavitud. Sistema que descansó en el tormento y asesinato.
El capital y las ganancias se producían por medio de la plusvalía absoluta puesto que el peón trabajaba entre 14 y 16 horas por día. Es sabido que esta clase de plusvalía desapareció; pero en el Paraguay del siglo pasado, todavía se seguía explotando de esta manera descomunal a los hombres.
Sin embargo hace cuestión de unos días me encontraba mirando un programa periodístico de investigación en la Tevé Récord (Reporter Record, canal brasilero) y vaya sorpresa cuando el tema de investigación era sobre el sistema de esclavitud en el Brasil del siglo XXI.
Se trataba de un grupo de personas, hombres y mujeres, que se encontraban insertos en el medio de la selva amazónica, no recuerdo con exactitud el estado, que trabajaban en condiciones semejantes a las planteadas anteriormente.
Esta situación fue denunciada en el mismo canal de televisión que llevó adelante la investigación, el cual se adentró en la selva, junto con funcionarios del Ministerio de Trabajo, para rescatar a ese grupo de personas.
A medida que el documental iba avanzando, me planteaba una y otra vez, que la esclavitud en pleno siglo XXI todavía existe. Gente que estaba desamparada, que no tenían prácticamente nada para comer a no ser “feijao e arroz”, que hace meses no veían a sus familias, enfermas, atraídas por promesas que nunca fueron cumplidas. Además de menores de edad, que dormían donde podían, se arreglaban con lo que podían. No se podían escapar porque el campamento estaba a varios kilómetros del poblado más cercano, y muy difícil que una persona caminando resista a los ataques de la misma naturaleza. Y como si fuera poco, la gente del poblado tenía estrictas órdenes de no ayudar a quienes, en un posible caso, se escapen. A este lugar sólo se podía acceder a través de motos.
Uno de los testimonios que me tocó profundamente fue el de un hombre de unos 37 años más o menos, que accedió trabajar (sin saber lo que le esperaba) para poder comprar una bicicleta a su hijita. Lo contaba con tanta emoción, con tanta dulzura, que despertó en mí una emoción inigualable.
Me asombró como ésta gente ante tamaña situación infrahumana de malos tratos, de injusticia, de miseria, dolor, sufrimientos, engaños, podían, en el momento de la grabación, sostener una sonrisa y contar sin lágrima alguna todo lo vivido.
Pero gente que a pesar de todo lo sufrido, pensaba en un futuro mejor, en reencontrarse con su familia, en poder cumplir con sus promesas, en poder vivir dignamente, en poder conseguir un empleo digno y legal.
¿Cómo finalizó el documental? En que se llegó hasta el propietario de las tierras, el mismo empresario que contrataba la gente, y cuando se le expuso todo lo que se había investigado, el muy sinvergüenza dijo que el no sabía que lo que hacía iba en contra de la ley. Que les pedía perdón a sus empleados por “ignorar” las condiciones laborales, y que repararía el daño pagando una indemnización. Obviamente que este personaje no se escapó a la ley. Ella se encargó de darle su merecido.
Pero resulta que en nuestro país también suceden situaciones similares como la expuesta anteriormente. No solamente en Brasil suceden estas cosas, aquí también. Sino vean uno de los títulos del diario clarín de ayer 24/07:

Liberaron a 37 bolivianos que mantenían esclavizados en un taller textil de Longchamps

"Vivían hacinados en una habitación de 24 metros cuadrados, les pagaban $1 por prenda confeccionada y los obligaban a comprar comida sobrevaluada a la suegra del dueño. Entre los rescatados hay seis chicos de entre 3 y 11 años. La Policía detuvo a tres personas, todos miembros de una familia"

Sin irme hasta Brasil y Buenos Aires, conocí a un hombre que vivió en carne propia la esclavitud en un campamento de naranjas a tan sólo 45 km de Puerto Iguazú, lugar conocido como Tirica. Este hombre para poder salvar su vida tuvo que escaparse, y tras varios días de estar caminando sin rumbo en la selva, logró salir en la ruta provincial 12 donde fue rescatado.


Ahora y para finalizar, no se puede decir que en pleno siglo XXI no existe el trabajo esclavo. ¿Será que estaremos volviendo a la época donde el trabajo esclavo era uno de los más rentables, y que hasta había un mercado y comercio de esclavos? ¿Y qué hay de la trata de personas que luego muchas de las chicas pasan a ser esclavas en burdeles y prostíbulos, no pudiendo regresar jamás a sus casas? ¿Qué hay de los miles de extranjeros ilegales que trabajan en talleres textiles? ¿Acaso no son formas de esclavizar a una persona?
Son preguntas que en cierto momento, después de la Declaración Universal de los Derechos Humanos, movimientos y demás, parecieron tener una respuesta tan rotunda como un No. Pero, sin embargo hoy en día cuesta responder de la misma manera. Los hechos demuestran otra cosa, otra realidad. La triste realidad.





[1] Modus Operandi realizado en Paraguay, aunque en otras zonas se procedía de manera similar.

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